MIGUEL PÉREZ QUESADA

LA POLIVALENTE


“En la lucha por la supervivencia del hombre, cuando la razón es Dios y no sobrevivir es la sinrazón: el Diablo.”
Luis Javier Verdú, La Polivalente.
  
“LA POLIVALENTE”

Cuando empecé en esta sucia forma de demostrar, ya no dándonos cuenta de la hermosa figura que surgió de un ataúd de cables envidiosos o de los calamares a la romana que consiguieron calmar las ansias de todos hacia una sombra común. La desconfianza, derivados hacia mínimos e inseguridad. Como no conseguía sacar los pies del tiesto, llamé a Clieft. Él, me mandaba magdalenas en la capa de un fraile atormentado de contarnos todas las propinas que sacaba de su cepillo. Cuándo Clieft se puso en contacto conmigo, merendé. Atardecía en el pegajoso trozo de pan que alimenta a la vez que engorda. Todo comenzó cuando la cobertura a Morata se reforzó en el minuto 5 o 6 de juego. Al confesar el colorido igual que el fritico de las pataticas tanto de ambos conjuntos: ausente el de Clieft. No tardando en pasear con soltura por las calles de casas adosadas, orientadas al septéntrico sol de poniente donde se ponían nubes en lugar de sol: la compra no había sido acertada: solo podían vivir allí, presas sin tormento o un sueño de un hombre normal esperando su bloque de tiempo y de oro, nos lo hace tanto, otros hacen la pelota.
Colgado de una percha mi chubasquero interior, sufría el pito por el 6:3 del domingo y por la lluvia, que sabía algo  yo de cuándo llovía y no tanto el por qué. La chica por lo visto era guapa.
Guardaba cien tormentos en el milfuegos de una pastelería en Oliveras.  Al llegar el rey a Guardamar: era como si no fuese él, pero venía de Alicante como un emergente entrenador y seleccionador de agujas de María que parecían madalenas a medio chocolate de cacao o de leche. Nos alimentó.

Con su vaivén, del ir i venir del Terry en las pantallas de la televisión, un guante de Galta eran las zapatillas de Vicentín en otro siglo por no llamar la atención a la hora de la siesta, su furgón de arriba del mueble, mal apoyado sobre el corazón de esa repisa tan peligrosa entre senos y asesinos con jaques e insinuaciones que matarían a un fantasma. La luz blanca desaparecía o volvía a aparecer en un semblante. Siguirillas, cantares, y Cortés café en averías, que de vez en cuando estropeaban el money. Cuando decidí escribir llamé a Clieft para pedirle sola y expresamente lo que necesitaba para compartir también, porque él ya no podía salir, solo preguntaba cosas estúpidas y sin sentido y alguna y de mañana, era solo enfatimiento. Un cura que salía en coche y el rey hablando, no hay más palabras, ah! sí, se me olvidaba, la silla del padre, a la diestra del hijo y/o viceversa. Oh! Madre, dame el libro del amor y hazme mirar las cosas y el mundo de alguna forma que no sea moribunda, grisácea o fundamental. La tele olía a solio, a ciruelas del ordenador de Pedro, que además de fumar sus puritos, hacía de recoge-pelotas de los demás y adelante con eso: motivo, además pasaba el tiempo y corría. “Benavente 16” era la coordenada, arrancando un piojo o un cuco en la sala de confesión que no existía en ese lugar. Era Clieft, el que junto a Ulises, el “mentón” querían permanecer en silencio, expresando en la mente íntima, solo injusticias. Comía pipas y golosinas altamente recomendables por ser fastidiadas las maneras y los gustos, y cuando crecíamos al girar el bando moro o el mundo de “negros” con guantes enteros, ese bicho y esa “picaeta” en algún “muro” lejos de allí. Sin salir no podíamos charlar y sin charlar tampoco ligábamos, menos es más. De ahí en adelante: del sitio del antebrazo?, del codo? Todo era ajenjo y oropel en la visión tántrica que traíamos de casa.
El Coronel, los Generales, Clieft, El Terry, y Ulises, todos nombres de cordiales que se quedaron en bragas y calzoncillos después de comer tortel por dieta hipocalórica y de grasas gástricas injertadas a la pared del extrañado flujo ácido estomacal: el resultado: beber súper-estomacal: “Kataki”, un “Kataki” o “Turutas” en fin de año. La doctora empapada de sal de Emilio.
Y en la estepa de Aitana que creíamos ver desde la atalaya de lo mismamente que se escuchaba cuándo preguntaban por las voces.
Era mentira, solo un dibujito de Maribel en un “Phoskito”. Clieft era mi mejor amigo, pero no compraba tabaco, era de comer y luego pedir sitio en primera para luego largarse fuera del azar, lejos de los minuteros, que serían en domingo, finos segunderos. La misma forma de esos dos mocosos que andaban pa arriba en busca de Verdú, porque estaba bien y como en casa. Eran las pelotas, los aduladores no eran esos dos, pero era la forma, y las noticias de “La madre dolorosa” ya eran quizás mejores que las guerras de ayer. La contradicha de Jesús el Nazareno con “Julián López”, que en paz descansa, era lo que más se adivinaba en el azahar de las callejuelas de las calles de Triana, “Sevilla”, de ahí la alborada y ser tu amor. Rascando cupones de “Euromillones” a las 7 en punto de la tarde, cuando devolvió Clieft en el puro lavabo, luego el cepillo de dientes algo recogía, ya otra vez, de una misa. Clieft se aburría al contarle mis sueños,y ella nunca conseguía terminar mi relación conmigo. El verde de mi sillón de escritura insuflaba el aire, en su almohadilla, que yo confiaba ya a mis pulmones. Esas horas de estudio eran pan de gloria. Me insinué a los doctores, mentí a los frailes, agobié a mis compañeros, pero el Terry no paraba en sus malabarismos a la hora de vivir bien el día, y para después, soñar algo interesante. Ulises era un máquina. Ponía los pies debajo de los testículos, sus pasos eran lentos y seguros, calculaban también la inyección de “Sepión” y cuidaba su cuerpo valiosamente con su hombre puro. El puro también costaba caro y eran todo acuerdos con los generales y coroneles de Fray Korn, que le decían que no vendiera su alma a alguna chica desconocida o al mismo diablo, para liar o fumarse sus medios cigarrillos, pero al escribir a mis padres y pedirles favores económicos a mis compañeros, no sabían en qué punto situarme. Clieft era de esa clase de personas que sabía, con salidas, decir no, con sabia gracia. Al reunirme con el Terry, que hacía su programa, lo llamaron para acompañar a Mike, el artistazo que faltaba en “la Ilíada” o en “la Eneida”, porque era el que mejor copiaba en la U.N.E.D. y sus chuletas ya le salían finísimas, como las pancetas de Verdú. Ahora reconocía en esa chica, cuál era la vida y su juego. Su paro, la diabetes, el correo, la peluquería juvenil, la lluvia ácida del Amazonas, el sol que irradiaba como siempre, las nubes por las noches frías creando formas de animales, la función en el clímax, de la orquesta y el librillo del apuntador, que ya ponía la oreja pegada a sus artistas favoritos. Era pura clase, osea clarísimo, lo que más se llevaba, osea auténticos fenómenos que aprovechaban todo el sistema, del juego, escocés de la fábrica de “Jameson”. Si no sabía las palabras adecuadas, solo tenía lo justo, y por mi abuelo, lo justo no funcionaba a veces, solo al final de sus días. Yo no sabía en qué punto posicionarme todavía, pero portarme bien, sobre todo con mis padres, con mis amigos y mi familia.
El caso de la chica que anotó esos detalles poco controlados, eso era lo que le arrebataban a las chicas y chicos jugadores y en escena y con pensantes, cétricas, cabezas, caras, mentes. La unión entre la multitud de minas de oro deshabitadas y los dos chicos, separados a veces, pero atentos besándose por esos “Corburn” o “Bulls” tan queridos y amantes del folleto. La querida amiga de Clieft era pura y virgen entre interrogantes, porque él solo conocía unos cuantos polvos combinados con café de la máquina y también cortados.
El miedo hacía su misma estigma que permanecía en su vieja tristeza, su imaginación en esos momentos y de los 3 Rolling Stones que vio cantar en el descanso del partido real, que cambió un compañero por Mtv España o VH1, un poco mejor. Eso le alegró el día, aunque en la entrevista con Ulises tuvo miedo y se asustó. 1 segundo en el siglo XX siguió a la salida del estío que ya anunciaban las enfermeras o las chicas recluídas allí. Aún no lo sé seguro. Pero era la hora. Se habían entregado todas las monedas de todos los países europeos, Clieft escogió la Libra y los demás viajaron con él hacia el compañero: el fumador que viajó de Brouklyn a Sheffield para comprar tabaco de la marquita de “la cruz de Galta”, que eran además balsámicos y eucalípticos con un efecto sedante que hacía a uno acordarse del ácido úrico que tornaron a Janys y a Jim. El y ella segundos por debajo de esa cultura. El equipo fichó al inmigrante recién llegado de un país remoto cuando llovió aquel día, qué todos esperábamos ansiosos?: con solo una disyuntiva en ese tiempo, este u oeste, virgen o prostituta, santos o ángeles, y sin venganza: fumar o hacer el amor. E hijos que ya eran labradores de las acciones en la interioridad del ser, que eran sustancias que ayudaban a relacionarse. La comida de la 1:30, hasta las paellas del tío Joseíco, que las cocinaba cuando la abuela del Lolo amasaba las pelotas del cocido ya de buena mañana. Ah! Se me olvidaba, estaban buenas con sangre, carne de cerdo y de pavo y con piñones de la “Almadraba”.
Pensaba que esto podría quedar así, pero luchaba por cambiar mi cara de encogimiento ahora y preocupación, pero eso no se lo llegaba a decir a nadie, aunque se notara. No encontré las palabras en la aldea de Jhonny que participó con ese papel en el libro del guión de la película “Smoke”. Sinceramente, ya no estaba enamorado de ella y en mi infancia de instantes solo buceaba en el mar, cobijo pedía y buscaba ayuda después, y que alguien me dijera: qué gracia! Y aguantarlo todo.
Comía siempre lo mejor que podía para poder fumar luego que era lo que me tiraba de las cosas normales, prostitutas en el club y dandys en la biblioteca.
Veníamos de fiesta, pensamos: habíamos fumado, nos habíamos drenado, pero ojo, nos reímos sanamente y nos guardamos las espaldas los unos a los otros. El sargento ya estaba preparado para salir a esa excursión de pista americana. Y llegó el buen tiempo y con él nuestros buenos aspectos y conceptos válidos. Todo había acabado, todo empezaba, y en ese momento creo que se iniciaba la creación de Galta, un lugar que bien vale “un rabo y las dos orejas”. La Polivalente era para mí, una forma de ver las cosas y en positivo, y ahora, un sitio impresionante, habitado por gente frenética de alegría, también a veces con típicos bajones y sobre todo ávida de libertad. En fin eran el reflejo de todas las demás personas de afuera, y dentro, las estirpes y las mejores personas que ahí pude conocer y que conozco todavía, confundidas con las que más quiero, las de mi pueblo.
FI

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